Un tal Lucas no es un libro de cuentos, ni es una novela, ni es una obra miscelánea. Es un libro de Julio Cortázar. Es decir, se trata de un itinerario espiritual de lo cotidiano, de una carta de navegación ciudadana llena de guiños, de picardías, de señas dirigidas al lector como una invitación a participar en el juego. Un juego que aquel podrá comenzar por donde quiera, abriendo el libro por donde lo desee, saltando sus páginas. Quizá porque este Lucas —trasunto asistemático de un tal Cortázar— ha hecho todo lo que tenía que hacer y se detiene de vez en cuando para dejar, benévola o malignamente, constancia de algo de lo que ha hecho. Caprichosamente, sí, pero también con el admirable rigor de quien fue, en verdad, un maestro.